miércoles, 21 de octubre de 2009

El dilema de la inflación

Confieso, antes que nada, que tengo los conocimientos justos de economía. Hasta la economía familiar se me resiste. Pero no me extraña, con lo difícil que debe ser. Hace un año, los mandamases del banco europeo decidieron que había que quitarnos a los europeos la costumbre de consumir, porque la inflación crecía y demasiada inflación es mala. Y nos la quitaron a base de subirnos los tipos de interés y retirar de nuestras carteras, vía hipoteca, un buen puñado de euros. Mes a mes, punto a punto, veíamos mermar nuestros bolsillos y nuestra nómina.
Evidentemente, dejamos de comprar cosas y aquellos que mantenían sus empresas a base de vendernos esas cosas, comenzaron a verse en apuros. Bajó el petróleo, explotaron las burbujas inmobiliaria y automovilística, reventó el sistema bancario y la inflación, aquella tan mala que tenía la culpa de todo, comenzó a descender en picado.
¡Estamos salvados!, pensé yo en mi ignorancia.
Nada más lejos de la realidad: ¡resulta que tan malo es que baje la inflación como que suba! Y ahora, el Banco Central Europeo vuelve a bajar los tipos para que suba de nuevo aquello que bajó, para volver a meternos en el bolsillo un puñado de euros gastadores con los que comprar cosas.
Lo malo es que ahora, nadie se fía de nadie y todos nos tentamos la ropa antes de renovar nuestro parque familiar de electrodomésticos o el fondo de armario, porque lo bien cierto es que, al menos yo, no sé que hacer. ¿Me compro la nevera y pongo en peligro el equilibrio infacionario? ¿No me la compro y jorobo a las fábricas y tiendas de electrodomésticos?
Y ante la duda, hago lo que hemos siempre los españoles ante este tipo de dilemas: me voy al bar y mañana ya será otro día.

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