martes, 27 de octubre de 2009

Nuevos caladeros para la ludopatía

Llámenme reaccionario, pero aquí muchos responsables, en los organismos oficiales que correspondan, están tocando la lira en lo referente a una adicción peligrosa que destroza familias y seres humanos: la ludopatía. Beba con moderación, ni se le ocurra fumar, pero juegue cuanto quiera y a lo que quiera. Y si al final “la ilusión de todos los días” acaba en tragedia familiar y personal, la culpa es suya por golfo.
Quién sea del Estado debería advertir a la gente, aunque fuese con los consabidos minúsculos rotulillos a pie de cartel, que jugar no es un juego, que más de un millón y medio de personas, que ni siquiera conocían la palabra ludopatía, están atrapadas en una trampa de la que no pueden salir, sintiendo todos los días vergüenza y desesperación.
Pero ¿quién va a advertirles?: ¿Loterías y Apuestas del Estado, dependiente del Ministerio de Economía y Hacienda? ¿La Once? ¿Las asociaciones de empresarios de bingos, casinos y tragaperras? ¿Loteria de Catalunya?
Desde el advenimiento de la democracia (cuidado, no piensen mal de mi) y la liberalización del juego en 1977, los ciudadanos no hemos dejado de vaciar nuestros bolsillos ante cualquier forma de juego y con la mayor alegría. Y lejos de advertirnos, el Estado –y todos los que han gestionado el Estado–, ha mirado hacia otra parte, con una legislación laxa o inexistente, como si las adicciones que generan impuestos fuesen menos adicciones.
Podía esperarse algo de los medios de comunicación: que avisasen, que llamasen la atención, que reportajeasen tragedias, pero lo cierto es que algunos se han unido al festín económico del juego.
Las nuevas y cibernéticas variantes del juego: apuestas y poker por internet, son motivo de noticia jocosa e irreflexiva en casi todas las cadenas de televisión, que tienen sus propios programas de divulgación con los que generan nuevos viveros de ludópatas, en su mayoría jóvenes ansiosos de sentarse frente al ordenador y emular a Matt Damon en Rounders.
Nos enfrentamos, quizá, a la peor cara de la ludopatía cuyas funestas, muy funestas consecuencias no tardarán mucho en aparecer. Nos enfrentamos a jóvenes y no tan jóvenes solos, en la intimidad de una habitación, jugando con otros ludópatas de todo el mundo a quienes ni siquiera conocen, en programas que muy bien podrían ser virtuales y agotando, casi sin darse cuenta, los disponibles de una o varias tarjetas de crédito (hablo de miles de euros) que desgraciada e inevitablemente habrá que pagar, ya veremos cómo.
Pero aquí todo el mundo la mar de contento, los gobiernos mirando para otro lado, las asociaciones de consumidores y usuarios pilladas en un renuncio, los medios de comunicación indecisos. Y el dinero fluyendo hacia paraisos fiscales.
Así es la vida.

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